En estos días
previos y posteriores al gran fenómeno de masas del 8-M hemos escuchado a
políticos y otros oráculos incidir en la gran desigualdad de género que aún se
da en nuestro país. Pero a mí en ocasiones me entra un poco la duda y pienso
que nos están pintando la España de nuestras abuelas. Quizá se carguen las
tintas porque estamos en campaña (aunque ¿cuándo hemos dejado de estar en
campaña en nuestro país?), o quizá es que mi percepción anda muy equivocada. En
este caso, parte de la culpa la tendría mi propia trayectoria profesional, que
presuntamente condicionaría mi visión del problema.
Me explicaré. Entré en la Universidad
de Valladolid en 1984 (uf, ya lo sé, no lo digáis), y tras debatirme entre
Arquitectura o Filología Inglesa (dilema lógico donde los haya) opté por lo
segundo, y en mi primer día de clase comprobé que mis compañeras constituían un
90%. En tercero me trasladé a la Universidad de Oviedo, y la proporción se
mantuvo aproximada. Allí el departamento de inglés estaba dirigido por una catedrática,
que infundía un respeto tan incuestionable que ningún profesor, ni siquiera en
la intimidad, se refería a ella sin añadir “doña” a su nombre. Por otro lado,
el sector más influyente del departamento lo constituía un puñado de profesoras
de manifiesto perfil feminista con un claro objetivo de crear escuela. Así,
aunque yo obtuve el mejor expediente de mi promoción (con perdón), al cabo de
diversos encontronazos contra el muro supe que, si quería hacer carrera docente
universitaria, debía emigrar de Oviedo.
Pero no hay mal que por bien no venga,
pues así aterricé felizmente en la joven Universidad de La Rioja en 1994. Desde
entonces he visto que por lo general las mejores notas se las han llevado las
chicas (que siguen estando en torno al 90%), y eso se nota en la obtención de
puestos docentes. Recuerdo que el último consejo de departamento empezó conmigo
como único representante de mi (débil) sexo. Por cierto, desde hace años
dirigen el departamento dos mujeres, así como la facultad tiene al frente a una
decana con un equipo decanal formado por tres mujeres y un hombre, y los
directores de estudios de los grados son cuatro mujeres y un hombre. Por otro
lado, en mi disciplina los estudios de género son ahora una materia
privilegiada de cara a la obtención de proyectos de i+d+i o a la publicación de
artículos en revistas de impacto, ambos criterios clave para la promoción
profesional.
Este 8-M había programado en clase de
teatro inglés un comentario-debate sobre uno de los primeros dramas renacentistas
que presentan a una mujer que se impone intelectualmente a todos los demás
personajes masculinos. Pero un par de días antes la delegada se me acercó y me
comunicó que mis alumnas (son todo chicas) habían decidido ejercer su derecho a
la huelga y no acudirían a clase, y que encontraría sus trabajos en mi buzón.
–Lo que digáis –contesté.
Pues eso. Decir que el futuro es de las mujeres es quedarse corto: ya el presente es suyo. Al menos, en el ámbito de la filología.
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