En ocasiones lees noticias que hacen que se deteriore tu
noción ideal de la justicia, que te plantees que acaso no sea tan ciega, o tan
lista. Como la de una sentencia dictada esta semana sobre el homicidio a un
asaltante violento que allanó la casa de un octogenario.
Según se relata en la prensa, don
Jacinto Silverio, un anciano de 80 años que no puede apenas andar, se
encontraba con su esposa y cuñada en su vivienda, situada en la periferia de la
localidad tinerfeña de Arafo, cuando en la noche del 1 de marzo de 2015
irrumpieron dos jóvenes enmascarados y armados con un formón y una pistola (que
resultó ser falsa). Los ladrones golpearon a don Jacinto, le encañonaron en la
sien, luego golpearon a su esposa de 69 años (le quedaron varios hematomas y
erosiones en las piernas y mano, además de estrés postraumático y artrosis
postraumática) y les exigieron todo el
dinero que hubiera en la casa. Don Jacinto, haciendo acopio de valor y de
sangre fría, les condujo a un mueble en el que supuestamente guardaba el
dinero, y de un cajón sacó una pistola de verdad y disparó dos tiros, uno al
suelo, y otro que mató al atracador adulto (el otro era un menor). Se da el
caso de que el atracador superviviente confesó ante el jurado que él “habría
hecho lo mismo que Jacinto”, o incluso más, “no dejaría que se escapara
ninguno”.
Pues bien, el magistrado ha
condenado al anciano a dos años y medio de prisión y a pagar 20.000 euros a la
madre del fallecido, al considerar que el atenuante de legítima defensa es
“incompleto”, pues considera que el procesado “tenía otras alternativas menos
gravosas”, tales como “efectuar un nuevo disparo al suelo en espera de disuadir
al asaltante para que finalmente abandonara la vivienda”.
Nos imaginamos a su señoría el
juez en una situación similar, que seguro que resolvería perorando ante los
atracadores y conminándoles a deponer su actitud en pro de una convivencia
pacífica intergeneracional y de un genuino espíritu de honorable ciudadanía. O
quizá les adormecería recitando uno de los miles de temas con cuya
memorización consiguió aprobar la ardua oposición a la judicatura. Pero el
bueno de don Silverio, acojonado perdido y viendo que estos cafres estaban
dispuestos a masacrarles a él, a su esposa y su cuñada, no tenía tanta
elocuencia. Y ahora lo tiene que pagar. Mucho más caro que si hubiera cedido,
por cierto.
Pues eso, que en ocasiones puede
parecer que la Justicia
es, como diría Shakira, “ciega, sordomuda,/ torpe, traste y testaruda”. Con
todo, conviene recordar que el sistema que tenemos en un estado de derecho sigue
siendo el menos malo de los posibles. Y si a alguien se le ocurre otro mejor, por favor que lo diga.
Comentarios
Publicar un comentario