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EL CRISTO DE VILLAR



No hace mucho un amigo jesuita me preguntó si había escrito poesía religiosa, y le mandé lo más parecido que tenía, es decir, este antiguo poema, dudoso candidato. En fin, lo cuelgo antes de que acabe la Semana Santa, para que la ambientación no decaiga.


EL CRISTO DE VILLAR


Sí, Dios mío, Tú, el de la cruz,
contigo quiero yo charlar un rato,
vengo a distraerte de tu angustia agonizante,
de tu muñeca desangrante desgarrada,
de la carne descosida que han grapado en el madero,
vengo a aburrirte con mis ñoños pasatiempos
y te digo que aunque llevo nosecuantos
años repitiendo que te amo
el verte así me causa poco más que un cosquilleo.
Contigo quiero yo charlar un rato,
perdona que, como siempre, escogiera un mal momento
lo siento, querría haberte visto antes, verte en el huerto quizá
pero se me hizo tarde
--llegué, claro, tarde--,
todo el mundo se había ido, me dijeron
que estarías en alguna parte, que te buscara, a ver qué tal.
Pues bien, te he encontrado, y aunque supongo que estarás incómodo ahí arriba
quiero que me dediques unos minutos
a mí, a mí mismo, conmigo...
          Me has dado casi todo, Dios mío,
no me puedo quejar. Y si me quejo
no tengo más que abrir el periódico, que
absorber el telediario, que salir a la calle, que
desatascar los oídos...
Me has dado casi todo. Y sin embargo
ese casi me taladra la columna vertebral
y me desata las cien voces que me ululan al unísono
y no sé y no sé y no sé y no sé
          Perdona que te diga esto ahora, en este mal momento
es que no pude encontrar otro mejor, y el caso
es que no me debería quejar, pero esas voces
no se ausentan, y no sé cuál es la tuya
cuál es la mía, cuál es la de ella, cuál
la del otro, todas son refutables
todas son inconclusas, todas inseguras.
          Ya veo que estás cansado --lo dicen los regueros
escarlata que te cruzan por la frente-- mas ya acabo.
Sólo quería pedirte, Dios mío, que si es posible
me desconectes la cabeza por un tiempo
sí, que no piense, que no recuerde, que no imagine, que no
prevea
que sólo me preocupe de la sal en los garbanzos,
de estar vivo en la alborada, de estar vivo al acostarme
del trajín incuestionable de contar las estaciones.
Que, si es posible, me vuelva toro, o pato,
o jilguero, o alubia
sólo por un tiempo, a ver que tal resulta.

          Y eso era todo, mi Dios, ya te dejo,
--no sé lo que querrán estos soldados que se acercan
cargados de sarcasmo y armados con vinagre--
recuerda lo que he dicho, ¿eh? No te me olvides. Buena suerte,
me voy
que con esto de que empieza a lloviznar
no quisiera yo embarrarme los zapatos.



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