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LA VOCACIÓN DOCENTE



Sigo dominado por mis impulsos suicidas, pero en fin, lo prometido es deuda. He aquí la segunda entrega. No sé si me aburriré pronto...

Esta entrada es continuación de esta


LA MATER QUE NOS PARIÓ (II): REFLEXIONES SOBRE LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA

Para mí resulta evidente que la clave de la calidad de la educación estriba en la calidad del profesorado: en su preparación, su competencia, su capacidad pedagógica, su motivación y su esfuerzo. En una época en que “todo está en wikipedia”, pienso que sigue siendo fundamental la figura del profesor como guía, como estímulo intelectual, como un motor que consiga transmitir a los alumnos la curiosidad por aprender, que motive y oriente. Por supuesto, las antípodas del clásico dictador de apuntes que todos hemos conocido.
            Por tanto, si queremos conseguir una educación pública de calidad, debería cuidarse mucho, en primer lugar, el proceso de selección del profesorado, y, luego, su formación. Pero en esa selección inicial es curioso que apenas se valoren las aptitudes de las que hablamos. Imaginemos que para un puesto de socorrista de playa se presentan varios candidatos, y en el baremo cuentan diversos criterios (tamaño de los pectorales, tableta de abdominales, color de ojos, etc.) pero en ningún momento se les pregunta si saben nadar. Igualmente, es posible que una persona acceda a un puesto docente universitario sin que nadie haya valorado si le gusta enseñar o si tiene aptitudes para ello.
            De hecho (aunque yo no conozco a ninguno) se cuenta que hay profesores universitarios que detestan dar clase, aquello por lo que nos pagan, y procuran reducir su docencia en la medida de lo posible para dedicarse, en el mejor de los casos, a la investigación o a la gestión; en el peor, a actividades ajenas a lo académico.
            Esta inadecuación entre los requisitos de selección y la consiguiente dedicación laboral me parece un defecto general del acceso a la función pública en España. Por ejemplo, para el nombramiento de un juez, alguien que puede decidir si una persona será privada de libertad durante media vida o si unos padres perderán la patria potestad sobre sus hijos, parecería lógico que se valoraran condiciones como su ecuanimidad, equilibrio mental, sentido de la justicia, honradez, incorruptibilidad o imparcialidad. Sin embargo, la oposición de acceso valora principalmente su capacidad memorística, algo que no presupone necesariamente lo anterior (y así nos va, claro).
            En los niveles educativos de infantil, primaria y secundaria, este desequilibrio existe en cierta medida. La oposición, una vez más, valora sobre todo la capacidad de memorizar contenidos y de exponerlos correctamente, lo cual ya es algo, pero tampoco garantiza que el candidato reúna el perfil necesario para ser un buen educador, para tratar con niños. Una de las pruebas requiere una especie de simulacro de clase. Aunque tampoco garantiza mucho, al menos los examinadores pueden presenciar cómo se desenvuelve el candidato, pueden verle la cara y oírle hablar.
            Sin embargo, en la enseñanza universitaria española ni siquiera existe este tipo de prueba. Al menos, no es habitual. En las universidades anglosajonas, donde el objetivo es contratar al mejor en su campo, aunque sea desconocido, la entrevista es un elemento decisivo. Por el contrario, en muchas universidades españoles (como la mía) entrevistar a los candidatos a profesores va contra el reglamento. Así, es posible que apruebe un concurso de méritos alguien con muchos artículos publicados pero sin ninguna inclinación hacia la docencia de las materias para las que se le contrata.
            Con todo, no es precisamente el anonimato lo que caracteriza la selección en la universidad pública española. La endogamia es uno de los lastres más pesados que vienen arrastrando nuestras instituciones desde hace décadas. De hecho, los que conocen el mundillo conocen la importancia del proverbio: “El que no tiene padrino no se bautiza”. Creo que hemos mejorado algo en los últimos años, con los nuevos procesos de acreditaciones centralizadas. También tiene sus inconvenientes, pero al menos quien quiere que le “saquen su plaza” necesita demostrar su valía ante una comisión que no está, como antes, mayoritariamente a su favor. Con todo, nuestras universidades siguen cargando con ese lastre por el cual el candidato idóneo no suele ser el mejor, sino “el de confianza”. La independencia de criterio no es un buen requisito para ser un docente universitario con futuro, como veremos más adelante (espero).

Comentarios

  1. Hola Carlos, soy Coke...
    Pues nada, como soy un salmon y he comprobado que tú también, te animo a pontenciar tus impulsos suicidas. Más que nada por complicidad homicida y porque todas estas cosas si no salen nos van pudriendo por dentro.

    La verdad que el otro día me gustó mucho nuestra conversación, espero que a ti también... parece que el tema del mentor-maestro aún da para más, al menos yo sigo pensando sobre ello. Por no mencionar la conexion taekwondista.

    En cuanto vuelva me apuntaré al taller de la universidad, a ver si amplio horizontes. Por fechas creo que me perderé la tuya, la de Andrés Newman y otra más. Ya recuperaremos en las comidas.

    Un fuerte abrazo y mucho ánimo desde los madriles (más concretamente desde el garaje donde trabajo).

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