Adjunto para mis pacientes lectores el borrador del próximo editorial de Fábula. Se admiten sugerencias. Si hay algún nietzscheano entre mis lectores, le ruego que se abstenga de lecturas suspicaces y conclusiones apresuradas.
LLEGANDO A ESE NIVEL
Aunque ya habrán pasado los ecos, el día en que escribo este editorial es noticia que Javier Marías ha rechazado el Premio Nacional de Narrativa. Y mi primer instinto, cual solterona invitada a una boda en que la novia inesperadamente dice “no quiero”, ha sido exclamar, “Pues que me lo den a mí”. Pero luego me recompongo. Comprendo que, cuando estás a cierto nivel, te puedes permitir tales vaciladas, como un Woody Allen alegando que no puede recoger el óscar porque los lunes toca el saxo con los colegas. No todo el mundo puede hacerlo. Supongo que la carrera imparable de escritor de éxito tiene unas etapas que, pasando por llegar a columnista de diario nacional, luego de suplemento dominical y por recibir un puñado de merecimientos, llega a cierta meta cuando se está en posición de sugerir a sus señorías del jurado que usen el galardón cual supositorio.
Hablando de este vértigo que da la altura me viene a la memoria la frase de cierta escritora mediática a la que invité a presentar un número de Fábula hará unos seis años. En aquellos tiempos de bonanza, además del viaje, estancia y comidas, le podíamos ofrecer 700 euros como gratificación. “Yo por 700 euros no salgo de casa”, me contestó amablemente. Yo comprendí. Olvidándome de los millones de currantes que madrugan a diario para ganar al mes lo que a tal dama ofrecíamos por hablar de sí durante una hora, yo comprendí.
Es que ser escritor profesional es muy duro, la verdad. Cualquiera de las decenas de miles de escritores españoles que no salen en Babelia podría quejarse de que no se comprende el verdadero arte, de que la literatura está prostituida, etcétera. Pero ya me gustaría verlos (vernos) en el pellejo del escritor de éxito, ya. Se iban (nos íbamos) a enterar. A este se le niegan las compensaciones elementales que esponjan el alma creativa del amateur. Se le niega esa tranquilidad que da pensar que podemos escribir sobre lo que nos dé la gana, con las palabras que se nos antojen, sin la ansiedad de llegar al umbral de los míticos 100.000 ejemplares, sin someternos al yugo de reproducir el disco rayado ante la enésima entrevista con el reportero que, sin haber leído una solo libro nuestro, nos pregunta con cómplice anhelo: “¿Y para cuándo tu próxima obra?”. Si el amateur supiera que tiene en su mano el futuro de la literatura, aunque nadie, de momento, lo sepa, no gemiría tanto por su anonimato. Y, en fin, aunque lo que sigue contradice la más elemental dinámica del corazón humano, mi consejo es que cada escritor se contente con su sino. A quien Lara se la dé, Planeta se la bendiga, vamos.
Termino con una estampa observada no hace mucho. Otro escritor de éxito en plena gira recala en una pequeña capital de provincia por exigencias de la “promo”. En el salón de actos de la librería hay unas cinco o seis personas, y uno es el agente de prensa de su grupo editorial, que la viene acompañando en la gira cual ángel custodio, y otra es la delegada comercial de la zona. Durante la charla, que nuestro escritor ha repetido centenares de veces desde el lanzamiento, el agente se distrae mandando SMS desde su ipod. Al final del acto, los libros que el escritor firma son las dos decenas que le trae la delegada de zona, para los compañeros. Mañana el escritor tendrá que madrugar, pues le toca otra ciudad. Esto es vida (literaria). ¿O no?
LLEGANDO A ESE NIVEL
Aunque ya habrán pasado los ecos, el día en que escribo este editorial es noticia que Javier Marías ha rechazado el Premio Nacional de Narrativa. Y mi primer instinto, cual solterona invitada a una boda en que la novia inesperadamente dice “no quiero”, ha sido exclamar, “Pues que me lo den a mí”. Pero luego me recompongo. Comprendo que, cuando estás a cierto nivel, te puedes permitir tales vaciladas, como un Woody Allen alegando que no puede recoger el óscar porque los lunes toca el saxo con los colegas. No todo el mundo puede hacerlo. Supongo que la carrera imparable de escritor de éxito tiene unas etapas que, pasando por llegar a columnista de diario nacional, luego de suplemento dominical y por recibir un puñado de merecimientos, llega a cierta meta cuando se está en posición de sugerir a sus señorías del jurado que usen el galardón cual supositorio.
Hablando de este vértigo que da la altura me viene a la memoria la frase de cierta escritora mediática a la que invité a presentar un número de Fábula hará unos seis años. En aquellos tiempos de bonanza, además del viaje, estancia y comidas, le podíamos ofrecer 700 euros como gratificación. “Yo por 700 euros no salgo de casa”, me contestó amablemente. Yo comprendí. Olvidándome de los millones de currantes que madrugan a diario para ganar al mes lo que a tal dama ofrecíamos por hablar de sí durante una hora, yo comprendí.
Es que ser escritor profesional es muy duro, la verdad. Cualquiera de las decenas de miles de escritores españoles que no salen en Babelia podría quejarse de que no se comprende el verdadero arte, de que la literatura está prostituida, etcétera. Pero ya me gustaría verlos (vernos) en el pellejo del escritor de éxito, ya. Se iban (nos íbamos) a enterar. A este se le niegan las compensaciones elementales que esponjan el alma creativa del amateur. Se le niega esa tranquilidad que da pensar que podemos escribir sobre lo que nos dé la gana, con las palabras que se nos antojen, sin la ansiedad de llegar al umbral de los míticos 100.000 ejemplares, sin someternos al yugo de reproducir el disco rayado ante la enésima entrevista con el reportero que, sin haber leído una solo libro nuestro, nos pregunta con cómplice anhelo: “¿Y para cuándo tu próxima obra?”. Si el amateur supiera que tiene en su mano el futuro de la literatura, aunque nadie, de momento, lo sepa, no gemiría tanto por su anonimato. Y, en fin, aunque lo que sigue contradice la más elemental dinámica del corazón humano, mi consejo es que cada escritor se contente con su sino. A quien Lara se la dé, Planeta se la bendiga, vamos.
Termino con una estampa observada no hace mucho. Otro escritor de éxito en plena gira recala en una pequeña capital de provincia por exigencias de la “promo”. En el salón de actos de la librería hay unas cinco o seis personas, y uno es el agente de prensa de su grupo editorial, que la viene acompañando en la gira cual ángel custodio, y otra es la delegada comercial de la zona. Durante la charla, que nuestro escritor ha repetido centenares de veces desde el lanzamiento, el agente se distrae mandando SMS desde su ipod. Al final del acto, los libros que el escritor firma son las dos decenas que le trae la delegada de zona, para los compañeros. Mañana el escritor tendrá que madrugar, pues le toca otra ciudad. Esto es vida (literaria). ¿O no?
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