Recuerdo con cierta nitidez los primeros pasos públicos de Íñigo Errejón allá por 2014, cuando emprendió la aventura de regeneración de la vida política con Pablo Iglesias cual fiel Robin acompañando a Batman. En vez del escueto antifaz de superhéroe se ajustaba las gafas de pitagorín, y se le aclamaba como un brillante estratega que dinamizaría ese vuelco necesario para democratizar la herrumbrosa maquinaria de la cosa pública y convertir a la casta en un auténtico servicio a la ciudadanía. Entre otros proyectos mesiánicos, los nuevos ideólogos se proponían superar el “régimen del 78”, alegando que la Constitución que nos ha permitido más de cuarenta y cinco años de estabilidad y (relativa) convivencia, era anterior a su venida al mundo, y por tanto inadmisible. Caricatura casera de 2017 El derrumbamiento de Errejón no se queda en una caída personal, sino que compromete seriamente la credibilidad de varios movimientos de la izquierda extrema, no solo en lo tocante a su presunta vocaci
Unos días después de la nueva edición de la macrocampaña de marketing disfrazada de hito cultural que es la entrega del premio Planeta, me viene a la cabeza que el panorama editorial es un bosque inmenso con cientos de miles de árboles, y con frecuencia no es difícil perderse entre la maleza y la hojarasca. Sin embargo, es admirable que autores que ya no pueden presentar magazines o pontificar en suplementos se sigan leyendo hoy en día, demostrando que el paso del tiempo no puede con ellos. Este es el caso de Graham Greene (1904-1991), uno de los autores ingleses más célebres a lo largo de la segunda mitad de siglo XX, autor de títulos memorables como El poder y la gloria , El revés de la trama , El americano tranquilo (o impasible, según traducciones), Nuestro hombre en La Habana o El cónsul honorario . Greene, autor muy polifacético, fue pionero en utilizar en novela los recursos aprendidos del arte cinematográfico, con el que siempre estuvo vinculado, pues, además de trabajar de