Una de las personas con las que mantengo los debates más enjundiosos (además, claro está, de los de la tertulia de TVR) sobre el estado de la nación y resto del universo es mi vecino Rufo. Hombre cabal y apasionado, cuando la ocasión resulta propicia nunca hace ascos a una larga y tendida conversación sobre lo humano y lo divino. Se nos pasan las horas como si fueran minutos, y con frecuencia, al llegar el momento de despedirnos, suele concluir afirmando con talante conciliador: “En fin, no me vas a convencer a mí, ni tampoco yo a ti”, a lo que yo suelo responder, amagando una leve sonrisa, que yo sí estoy dispuesto a dejarme convencer, siempre que su argumentario resultara convincente. Últimamente Rufo está muy concienciado con la cuestión palestina, como no le había visto con ningún otro conflicto internacional desde los tiempos de la masiva movilización contra la guerra de Irak en 2003. Ha participado en acampadas y todo tipo de concentraciones, tanto a nivel local como nacio...
Esta semana los estudiantes universitarios veteranos (con más de un año de antigüedad) han convocado a los “novatos” para celebrar los ritos de paso conocidos como “novatadas”. Antaño los profesores solíamos recibir mensajes de las autoridades académicas instando a la tolerancia cero con esta tradición, a la par que conminaban al alumnado a no incurrir en semejantes manifestaciones de insolidaridad. Supongo que había buenas razones para prohibir estas bienvenidas gamberras y descontroladas, aunque también es verdad que —con la excepción del periodo de pandemia— tales admoniciones apenas impidieron que se llevaran a cabo. En mis (remotos) tiempos universitarios, sobre todo en el ámbito de ciertos colegios mayores de compañeros (yo por fortuna me libré), las novatadas eran salvajes y humillantes, y además se prolongaban durante un mes. Desde la distancia con que contemplo las que se practican aquí, me da la impresión de que los veteranos organizan para sus compañeros principiantes una ...