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"Mármol", de Beatriz de Silva



EDITORIAL: Arte Activo Ediciones
LUGAR Y FECHA: Vitoria, 2017
PÁGINAS: 80

MADUREZ DE JUVENTUD

Al docente peinador de canas que esto suscribe no deja de emocionarle el hallazgo de un poemario escrito –como reza la contraportada– por “alguien cuando tenía diecisiete y dieciocho años”. En este momento Beatriz de Silva aún no ha entrado en la veintena, y ya es capaz de ofrecer al mundo este libro elegante y profundo, con una notable sabiduría lírica y muchas promesas de futuro.
          Este Mármol, acaso inspirado en el ámbito escultórico, no es frío ni duro, pero sí un tanto oscuro, como la mayoría de los poemas que contiene. De temática variada, sus versos revelan un mundo interior rico y una extraordinaria madurez de juventud, si bien la autora opta por no confesarse abiertamente. Con sus “extrañas maneras / (desviadas y desvaídas)/ con las que diluyo lo que quiero decir”, Silva aporta evocaciones, alegorías y recreaciones poéticas de sus emociones, pero siempre (o casi) manteniendo una especie de coraza de palabras que salvaguarda su intimidad personal. No es fácil reconstruir una biografía o el germen de una experiencia a partir de estos poemas, así que el lector debe contentarse con conjeturar sobre el contexto que subyace y saborear el potencial evocador que transmiten, abstraído de la anécdota que haya podido provocarlo.
          El libro se estructura en torno a cuatro elementos de la naturaleza: tierra, aire, agua y fuego, que abarcan respectivamente lo cotidiano, lo afectivo, el espíritu y el dolor. A través de estas cuatro secciones, Silva poetiza, entre otros temas, sobre el camino para construir su propia identidad y escoger su destino (“Antes vivía, pero ahora sé que existo”, “Visto lo aprendido”), sobre las emociones contradictorias (“En medio de una burbuja”, “Quédate”), sobre las ambivalencias de la alegría (“Tierra”, “La risa”), sobre la frivolidad, acaso sintomática de muchos coetáneos (“Hasta que el cuerpo aguante”), sobre el crecimiento interior (“Agua”, “Fuego”), el paso del tiempo (“Una vez aprendí”), el poder redentor de la poesía (“Recitaré un poema”), o incluso entabla un diálogo con el “querido Tú”.

          Ciertamente, este primer libro no es impecable, ni acaso lo debiera ser. La ausencia deliberada de puntuación y la abundancia de encabalgamientos  favorecen cierta ambigüedad sintáctica que añade oscuridad al sentido del poema, y también hay “versos sueltos” que, según este reseñador, podrían retocarse. En general, pienso que Beatriz de Silva destaca en el poema corto, epigramático, como “Tierra”, o “Errante” (“Errante es el que pasa del silencio / a la palabra / de la contemplación / a la pasión / y del sueño / a la vida”), que le permite mantener una mayor consistencia tonal. Pero no cabe duda de que este primer libro supera con creces las expectativas que podría plantear la juventud de su autora, y de que revela una sintonía poética que, podemos profetizar, presagia grandes logros en un futuro no demasiado lejano.

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