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Ya había yo advertido a los asistentes al taller: “No sé de qué va a
hablar Manuel Pérez Saiz, pero estoy seguro es de que os va a
desconcertar”. Y se cumplió. Es
difícil ser tan sugerente y tan divertido a la vez y mantener el ritmo durante
dos horas. No, mantener es
incorrecto. El ritmo de interés hermanado con entretenimiento (muchos acabamos
con agujetas de tanto reír) fue incrementándose exponencialmente a lo largo de
su intervención, titulada "Los superpoderes del microrrelato".
Manuel se presentó como profesor antes que escritor. Y, en efecto,
consiguió lo que solo los buenos maestros alcanzan: remover, dejar huella. De
su paso por Logroño quedó, entre los que le oímos, la impronta de un
convencimiento que nos transmitió con naturalidad campechana, entre anécdota y anécdota:
el escritor tiene capacidad para hacer lo que le dé la real gana. Es un
experimentador, un “enredador”. A pesar de que muchos aspirantes a escritor
querrían llegar a vivir de ello, el no depender de la escritura para la
manutención tiene innegables ventajas: te permite ejercitar al máximo las
potencialidades de tu imaginación, sin tener que depender de gustos
mayoritarios o modas.
Un poco de teoría: el relato breve debe ser sorprendente, impactante,
capaz de remover al lector. Se pueden trazar ciertas analogías con las técnicas
de la publicidad, aunque conviene recordar que el relato es una forma literaria
“pura”, no busca el lucro. Debe estar inspirado en hechos reales, lo que no
implica que uno despierte habitualmente ante dinosaurios, sino que hay algo en
el germen del relato que el creador conoce bien. Algo que se puede exagerar o
transformar, pero que le interpela personalmente. En este sentido, hay que
aprovechar las numerosas oportunidades de inspiración que nos brinda la vida
real. Todo vale… siempre que haya imaginación y talento, claro.
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