Este verano lo he visto por primera vez. Un hombre pedía limosna en una calle transitada de la ciudad donde pasaba mis vacaciones, y en un recuadro de cartón rotulado a mano aportaba un motivo que indujera a la compasión: “ME HAN ROBADO EL MÓVIL. AYÚDENME”. No quisiera frivolizar sobre la situación de necesidad de esa persona, ni sobre el grado de precariedad que le ha llevado a tener que pedir por las calles. Pero sí me choca que, si antaño los mensajes similares apuntaban a algunos hechos, ciertos o no según los casos, tales como que el individuo carecía de vivienda, tenía mujer y cuatro hijos, o que se había quedado sin trabajo, ahora hay postulantes que piensan que una consideración que puede mover a los viandantes a solidarizarse es que se haya quedado repentina e injustamente sin su móvil. Supongo que será llover sobre mojado insistir en que una pandemia acaso mucho más grave que la famosa que arrostramos en los pasados años, y que tiene difícil vacuna, es la de la adicción al mó
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