Hay quien afirma que las miniseries televisivas son el último paso en el desarrollo de la narrativa. Quizá sea exagerado, pero hay que reconocerles ciertas condiciones que superan las limitaciones temporales y de otra índole de un largometraje cinematográfico, al tiempo que permiten desarrollar una trama compleja y unos personajes más matizados. Por estos motivos quizá sea el formato óptimo para las adaptaciones de novelas, sin el riesgo de que estas sufran tantas mutilaciones como sucede con las versiones en la gran pantalla. Para que el equilibrio entre narratividad y arte no se vaya de las manos se requiere, creo yo, que la miniserie en efecto concluya a tiempo. Entre seis y diez episodios de una hora aproximada se me antoja la duración ideal. Y que los productores no caigan en la tentación de alargarla como un chicle si tiene éxito. Cuánto más memorable habría sido La casa de papel si se hubiera quedado en la primera aventura (temporadas 1 y 2), en vez de desembocar en el bodr...
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