En los tebeos clásicos de superhéroes, suelen ser los medios de comunicación los que bautizan al supervillano de turno, inventando un alias que cuajará definitivamente en las mentes de los atribulados ciudadanos. En la vida real pasa algo parecido con los políticos: los medios aún conservan el poder (¿o será superpoder?) de colgar un sambenito al personaje, héroe o malvado, que quizá no se descuelgue nunca, y de moldear así la reacción de la opinión pública sobre lo que este representa. Tenemos ejemplos recientes. Hace ocho años la opinión pública saludaba la llegada de Barack Obama como el hombre que iba a salvar el mundo civilizado. Hoy, al cabo de este tiempo, hemos comprobado que salvar el mundo no es tarea fácil, ni siquiera cerrar una cárcel okupa y represora como la de Guantánamo. Por contraste, del mismo punto nos llega ahora el supervillano más reciente y letal, dispuesto a provocar una cadena de catástr...
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