Según el más reciente Academic Ranking of World Universities, también conocido como Ranking de Shanghai, no hay ninguna universidad española entre las 200 mejores universidades del mundo. Una posible explicación (frívola) de esos resultados es que hay pocos españoles elaborando ese ránking. Pero puede haber otras. ¿Qué hacemos mal?
Me propongo dedicar algunas entradas próximas a reflexionar sobre cuestiones cercanas al mundo universitario español, que encabezaré así, LA MATER QUE NOS PARIÓ. No serán análisis exhaustivos ni profundos, más bien revoloteos impresionistas basados en el ámbito que yo más conozco, el de las humanidades. Espero que no me acarreen el despido o un mayor ostracismo o, lo que es peor, el aburrimiento.
Para abrir boca, comenzaré citando de mi novela universitaria, Calle Menor (otro día debería hablar un poco de ella, o, más que de la novela, de su recepción). En sus páginas hay un catedrático de lengua, Domingo, que de vez en cuando profiere opiniones sobre el mundillo. Ni las comparto totalmente, ni sus ejemplos son literales, ni los personajes están basados en personas reales (ha habido lecturas "biografistas" que han querido encontrar compañeros parodiados en cada personaje, lo cual resulta desastroso en un ambiente pequeño, "menor").
Las opiniones eso son, pero algo de verdad pueden tener. Digo yo.
[Oria, la profesora novata de latín, conversa con Domingo, el jefe de su departamento]
Me propongo dedicar algunas entradas próximas a reflexionar sobre cuestiones cercanas al mundo universitario español, que encabezaré así, LA MATER QUE NOS PARIÓ. No serán análisis exhaustivos ni profundos, más bien revoloteos impresionistas basados en el ámbito que yo más conozco, el de las humanidades. Espero que no me acarreen el despido o un mayor ostracismo o, lo que es peor, el aburrimiento.
Foto de publico.es |
Las opiniones eso son, pero algo de verdad pueden tener. Digo yo.
[Oria, la profesora novata de latín, conversa con Domingo, el jefe de su departamento]
–[...] Tu currículum es tu vida. Supongo
que ya sabes que nuestra profesión es la más egocéntrica que existe...
–¿La más egocéntrica? No hablas en serio...
-–Totalmente. Un profesor de universidad se pasa la vida haciendo cosas para
ponerlas debajo de su nombre. Que si artículos, monografías, ponencias,
conferencias, estancias en el extranjero, organización de congresos, etcétera
etcétera. Cada chorradica que uno hace se puede incluir en el currículum. Hay
incluso quien maquilla los gastos de sus vacaciones por el extranjero para que
le cuenten como estancias de investigación. ¿Y todo para qué? Para engrosar
currículum. Lo importante es tener páginas y más páginas bajo tu nombre.
Egocentrismo puro y duro profesionalizado. A ver, un albañil que levanta un tabique
no escribe su nombre en cada uno de los ladrillos, o un médico no va por ahí
firmando en la tripa de los pacientes que cura, ¿verdad? Un profesor
universitario, sí. Cada pequeña cosa que hace lleva su nombre indeleble, y
contribuye a engrosar el autofichero que cada uno llevamos. Busque y compare,
¿hay profesión más egocéntrica?
–Pues, la verdad, nunca me lo había planteado así...
–En fin, así es como están las cosas, y no lo hemos inventado ni tú ni yo. Igual
que un músico ha de tener buen oído o un dentista tener habilidad manual, un
académico debe tener el don del egocentrismo.
Después, tras detenerse en una
página y levantar la cabeza con el ceño fruncido, añadió:
–De todos modos, a
propósito de este tema, no siempre el currículum te saca las castañas del
fuego. Mira, ayer mismo un amigo de otra universidad cercana me contó los
resultados de una oposición a titularidad de universidad, en el área de
historia medieval. Se presentaban varios candidatos, y dos “de la casa”. Uno,
que llamaré Calixto, tiene apenas treinta años y ya ha publicado cuatro libros
de monografías en editoriales buenas, un par de biografías, incluso otro par de
poemarios y unos cien artículos, algunos en Alemania y Norteamérica. Llevaba
cinco años de docencia en esa universidad como asociado, y tenía los mejores
resultados en las encuestas de los alumnos. El otro candidato local, que
llamaré Melibeo, entrado de rebote en la universidad para hacer sustituciones,
que debía de tener tres o cuatro artículos publicados y una tesis infumable,
aborrecido por los alumnos y temido por las alumnas de buen ver, tenía amigos
en las alturas fruto de su antiguo cargo político. Pues, bien, se celebra la
oposición, y ¿quién crees que la saca? Efectivamente. Y el pobre de Calixto se
ha tenido que ir a la calle. Ahí tienes, el currículum no lo es todo en la
vida. Hazte amigos, Oria, hazte amigos con las riquezas injustas.
–Me dejas de piedra, Domingo.
–Ya te acostumbrarás a oír historias de estas. Yo ya he oído muchas. Creo que
fue Dámaso Alonso quien dijo que nadie conoce del todo la maldad del corazón
humano hasta que no trabaja en la universidad. En fin, supongo que en todas
partes cuecen habas, pero en la universidad la mala leche de unos contra otros
es más sibilina, está revestida de intelectualidad y de eminencia. En el
ejemplo que te he puesto, seguro que los cinco altos catedráticos de
universidad que componen el tribunal son capaces de tirarse varias horas de
verborrea justificando una decisión injustificable. Todo con tal de no reconocer
el amiguismo, enchufismo, nepotismo… o, si me apuras, cipotismo. Je. En fin, Oria, que así es la
vida.
(Calle Menor, p. 158-9)
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