Pues sí, ya tenemos a Trump para un buen rato. En mis delicados oídos no paran de sonar las admoniciones agoreras que nos vaticinan cataclismos en el orden mundial, el derecho internacional, la geopolítica, el comercio, la ecología, el cambio climático… A mí, que soy de natural pusilánime, se me tambalea el propósito de Año Nuevo de mirar la vida con pensamiento positivo, y me autoengaño preguntándome a mí mismo si no habrá algún posible lado bueno que ver en la llegada del nuevo-viejo presidente. Por ejemplo, si su rol de bully planetario no habrá acaso favorecido el alto el fuego en Gaza. Pero cuando se lo comento a algunos de mis amigos que acamparon en los campus universitarios el pasado verano, casi me escupen. Verdaderamente, que un condenado por la justicia alcance el máximo poder en el país más poderoso del planeta, que se precia además de tener la más añeja tradición democrática, no dice mucho de la salud de esta. Porque no cabe duda de que es la aplastante mayoría del pueb...
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