Coincide que estos días he tenido que hacer varias llamadas a teléfonos de atención al ciudadano de diversas instituciones de la administración pública. Llamadme anticuado, pero en ciertas cuestiones prefiero hablar con un humano y pedirle que me desenrede los nudos burocráticos de difícil comprensión. Pero, ay, he comprobado que hoy en día no es tan fácil encontrar humanos. Anteayer me pasé la mañana marcando un teléfono que me ponía en espera hasta que uno de sus agentes dejara de estar ocupado, indicándome que quedaban quince minutos, diez, cuatro, uno…, hasta que, cuando por fin llegaba mi turno (utilizo bien el pretérito imperfecto, pues fue un hecho reiterado a lo largo de la mañana), se colgaba o daba tono de comunicando. Curiosamente, ese mismo número cambió la sintonía a partir de las dos de la tarde, para advertirnos de que “nuestro horario de atención es de 9:00 a 14:00 horas de lunes a viernes”. Otro número de una institución diferente, mientras también me dejaba en es...
Recientemente regresé de una corta estancia en Inglaterra por motivos de trabajo. El último día me quedaron un par de horas libres en Londres y mis pasos me llevaron a Hyde Park, el pulmón de la ciudad, algo así como el Retiro en Madrid. Había salido una tarde soleada de sábado, y Hyde Park estaba animadísimo, con centenares de personas paseando, recostadas o sentadas en el césped, haciendo ejercicio, jugando, remando en Serpentine o tomándose un refrigerio en las terrazas circundantes. Me tomé mi tiempo para renovar la fascinación ante el monumento al príncipe Alberto (en cuya base se había organizado una quedada de bailes latinos), o para reconocer el área de la primera exposición universal donde se alzó el Palacio de Cristal en 1851, o para revisitar el Speaker’s Corner, ese rincón donde cualquiera puede subirse a un cajón y soltar un discurso a la concurrencia, ejercitando así la oratoria más popular. Además de renovar estas vistas ya conocidas, nuevos aspectos llamaron mi atención...