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El verdadero tercer hombre (y 2)

Varias entradas atrás prometí que leería y reseñaría el libo de Nuria Verde El verdadero tercer hombre. Por diversos motivos he tardado en ponerme, pero una vez en ello lo he terminado en dos sentadas (eso sí, de larga duración). Como recordaréis, mi interés principal radicaba en que trata de los viajes de Graham Greene por España y Portugal desde la perspectiva de uno de los cuatro conductores-acompañantes, Aurelio Verde, padre de la autora.

A lo largo del libro la voz narrativa nos recuerda con frecuencia que se trata de una novela; sin embargo, el género, lejos del road movie que anuncia la contraportada, se asemeja más a la prosa confesional o autobiográfica. De hecho, hay dos partes netamente diferenciadas, aunque entremezcladas en las páginas del libro: las anécdotas de los viajes de Greene con Durán y Verde en los ochenta; y la conflictiva relación de la autora con su padre, agravada por el trastorno bipolar de este, que ella reconoce haber heredado. 


Si bien recorre diversos momentos en el tiempo, la parte paterno-filial se intensifica en los años anteriores al fallecimiento de Verde en julio de 2018, y pronto parece imponerse sobre la greeneana. Es más, si a lo largo de la narración Nuria Verde recuerda que su padre se sintió frustrado en sus ambiciones creativas, acaso su principal pretensión de notoriedad fuera haber ejercido de conductor del ilustre autor inglés, y a la postre parece que esta es la excusa para que su hija recurra a la escritura como catarsis, y así intente comprender algo mejor el desconcertante laberinto de amor y sufrimiento que supuso su relación filial.

En esta parte, la autora consigue conmovernos e intranquilizarnos, y se las arregla para compartir su dolor con el lector. Yo destacaría su maestría para las descripciones de ambientes, que con frecuencia llevan la impronta de lo presenciado y rememorado.

Respecto a la parte que más me interesaba inicialmente, he constatado mi sospecha acerca de la presencia de numerosos errores e inexactitudes, ya desde el primer párrafo: “A principios de los años ochenta [Greene, Durán y Verde] viajaron por España y Portugal durante diez veranos seguidos” (pág. 9). En realidad, Aurelio Verde hizo de conductor en seis ocasiones, en los viajes acaecidos entre 1979 y 1984. O, por citar otra: “En el verano de 1984 [en el Seat de su padre] a Greene se le ocurre la idea de una novela, Monseñor Quijote” (pág. 161). En realidad, Greene concibió la idea en el viaje de 1977, con otro conductor-acompañante como testigo, y la novela se terminó de escribir en 1981 y se publicó en 1982.

Hay muchos más errores similares, pero no quiero aburrir al lector no especializado ni interesado (a los que sí remito, claro, a mi libro). Simplemente diré que acaso lo más censurable sea la sustitución de otros protagonistas, otros “terceros hombres”, por Aurelio Verde en el relato de Nuria; por ejemplo, cambia a José Ramón Losada por Verde en el viaje de 1987 como huéspedes de las Bodegas Murrieta. Aquí se podría alegar la condición de novela, y por tanto la licencia narrativa; pero el tono general es que la autora está aportando datos fiables enhebrados por una narrativa intimista. Y no parece coherente que un personaje presentado con un crudo realismo crítico (aunque no exento de afecto), goce por otro lado de una falsa exclusiva en la biografía de Greene a costa de ignorar a los otros conductores (Miguel Fernández, Octavio Victoria y José Ramón Losada), quienes aportaron su grano de arena en los viajes de aquel por la Península.

Por cierto, para mi libro conseguí entrevistarme con todos ellos, y cada uno colaboró en mayor o menor medida. Pero con el que más me costó contactar fue con Aurelio Verde. Estuve unos tres años intentando concertar una cita, y al final lo conseguí en primavera del 2017. Al leer el libro de su hija, comprendí por qué me había costado tanto. No puedo evitar conmoverme cuando me acuerdo de él, amable e indefenso. No sé si me gustaría que una hija escribiera en este tono sobre mí cuando me haya ido; pero es innegable que Nuria sabe estremecernos y transmitir sentimientos difíciles de articular en su prosa. Novela o no, esta historia de amor que hace sufrir hiere como la vida misma.

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