Yo soy zurdo. Hasta ahora no me había atrevido a declararlo así, abiertamente, cohibido como estaba ante la discriminación a la que nos somete la sociedad desde tiempo inmemorial. Sería innumerable la lista de ejemplos en los que, descarada o sutilmente, se nos discrimina a las personas zurdas, empezando por los hábitos de escritura, el mobiliario de las aulas y salones, el saludo universal tendiendo la mano derecha, el diseño de instrumentos musicales, o el de los mismos automóviles. De una forma u otra se nos está imponiendo una normalidad que pasa por lo diestro. Incluso el mismo lenguaje toma partido discriminatorio: compárese lo positivo de ser “diestro” o de tener “destrezas”, frente a lo “siniestro”, la “siniestralidad”, etc.
Por eso, aprovechando estas fechas en que los gobernantes, políticos y creadores de opinión se muestran al mundo volcados en la defensa a capa y espada de la tolerancia, diversidad, igualdad y libertad (y que conste que no lo hacen por motivos electoralistas o de otra índole), quisiera exigirles que abrazaran también la causa de la zurdería.
Para empezar, les pediría que invirtieran algo del erario público en dar visibilidad a nuestra historia, problemática y condición. Podríamos empezar por potenciar mucho más el 13 de agosto, día mundial del orgullo zurdo (¿alguien se había enterado?), anunciándolo en autobuses, expositores públicos, entidades financieras, universidades y todos los centros de educación pública, instituciones culturales, bibliotecas, etc. Pronto este mero día debería dar paso a la semana, y de ahí al mes, o mejor si hubiera una especie de cuaresma de preparación para una semana laicamente santa.
También habría que involucrar a las grandes cadenas de comunicación; por ejemplo, exigir a Netflix y a Disney que en las series de éxito mundial los personajes más simpáticos, generosos y altruistas fueran siempre zurdos. Y por supuesto, sería necesario invertir en educación; incluso si no se exigiera en las próximas convocatorias de oposiciones que todas las personas adjudicatarias de plaza fueran zurdas (algo que tampoco sería excesivo, dada la necesidad de compensar históricamente), al menos sí que deberían firmar algún tipo de compromiso legal de fomentar los valores de la zurdería entre el alumnado, que es la forma de cambiar las sensibilidades.
En fin, esto solo sería el principio. Creo que la sociedad tiene una dilatada deuda con los zurdos, zurdas y zurdes que ya va siendo hora de compensar, si es que pretendemos que la tolerancia, diversidad, igualdad y libertad sean de verdad universales.
Y, por cierto, ya que me lo preguntáis (aunque no sé si es de vuestra incumbencia), yo no nací zurdo. Soy zurdo por elección personal.
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