Su
acento y gracejo general lo delataba, aunque tampoco me quise hacer el sabiondo
y le pregunté de dónde era. Peruano, contestó, y esto me dio pie a contarle mi
verano en los alrededores de Chiclayo, donde fui de cooperante al acabar la
carrera (si bien omití mencionar que me pasé la mitad de mis estancia en la
cama, con gastroenteritis primero y luego infecciones de piel). En fin, sin
duda Perú me dejó huella.
–Y dígame, ¿viaja a su país con frecuencia?
El taxista se puso serio. Me contó que tenía
familia allí y que no tenía más remedio que visitarles de vez en cuando. Pero
que se avergonzaba profundamente de su país.
–A ver, pues. Perú va aún más a peor. Fíjese.
Los cinco últimos presidentes, todos buscados por la justicia o condenados a
prisión. Y lo que es peor, alguno de ellos, como Alan García, volvió a ser
reelegido en 2006 en cuanto prescribieron los delitos que se le habían imputado. ¿Qué futuro tiene un país donde la
mayoría elige como presidente a un delicuente?
Tenía su punto mi taxista, la
verdad. No cabe duda de que la democracia es la mejor –o quizá la menos mala–
de las formas de gobierno, pero no una democracia en la que manden los
delincuentes por mayoría. Y no se trata de un problema de pueblos con menor formación política. Países que se precian de su cultura y/o de su
dilatada tradición democrática como EE.UU o el Reino Unido pueden acabar
encumbrando como máximos dirigentes a completos impresentables.
Creo que la salvación de la
democracia como voluntad de la soberanía popular y no como otra, acaso más compleja, forma de tiranía pasa por una seria reflexión crítica sobre sus
debilidades y talones de aquiles, seguida de una profunda reforma. Para
empezar, habría que incidir en aspectos tales como las listas abiertas, la
separación real de poderes, la imparcialidad de los medios de comunicación y
otras entidades públicas, la capacidad de diálogo o la cualificación de los
candidatos. Esta me parece una cuestión fundamental. Si para ser médico o juez
el interesado ha de estudiar largos años, aprobar exámenes u oposiciones muy
selectivas y formarse después durante más tiempo, ¿cómo es que para el oficio
supuestamente más difícil, el de dirigente de todo un país, no se pide más que
no ser demasiado feo? ¿Cómo es que se puede presentar, y lo que es peor, que
puede salir elegido, un candidato que no ha dado un palo al agua en su vida?
(Pues eso, si es usted español, que
lo vote bien. Hasta el domingo.)
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