ESPERANDO AL
AUTOBÚS
Es
rojo-anaranjado y lleva mensajes, pero no es ese del que se viene hablando esta
semana. De hecho, es el bus municipal que para en la Gran Vía. Sucedió anteayer
que, mientras esperaba, me hice amigo de (quien llamaremos) Nico. Mi nuevo
amigo es dicharachero de una forma un tanto escandalosa pero entrañable. La
conversación empezó porque le vi abrazando un par de libros, y apenas necesitó
mi empujoncito para contarme sus avatares de lector empedernido. Le quedaban
ocho minutos del libro que está acabando, y en el descanso del centro de día
pensaba empezar el segundo, que resultó ser Seda,
de Alexandro Baricco.
Por si no lo habían sospechado, Nico
tiene discapacidad intelectual. A los que son como él antaño se les denominaba
de formas más groseras. Ahora, aunque estén en la primera línea de los
abortables, el apelativo es más delicado. Pero Nico no solo es un milagro de
hombre-chico por haber sobrevivido; también lo es por su extraordinaria
simpatía y por su afición a la lectura.
Acabamos hablando de Harry Potter, que
como padre de preadolescentes me empieza a caer cerca. Resulta que también es
un gran lector de las novelas del mago inglés. Ahora va por la tercera, El prisionero de Azkaban. También ha
visto las películas, me dice, no entiendo si todas o algunas.
–Así que también eres fan de Harry
Potter, ¿eh? –le digo, condescendiente.
Nico se me queda mirando con una
chispa de inocente picardía. Duda un par de segundos antes de contestar, como
regodeándose en la respuesta.
–No. No soy fan de Harry Potter. Soy fan de Hermione. Fan de Herminone. Mira que es guapa…
No puedo evitar una sonrisa, al tiempo
que mi mente representa a la joven a la que hemos visto crecer hasta
transformarse en una bella actriz de talento. Pero Nico igual no está pensando
en Emma, sino en la Hermione original. Quizá su enamoramiento viene
directamente del personaje textual, un fenómeno que para mí siempre ha
representado un grado eminente del prodigio de lo literario, por el cual el
lector hace vivir a los personajes en su imaginación y se relaciona con ellos.
Y la imaginación de Nico sin duda será compleja y llena de misterios.
–A ver –prosigue, viendo que ya vamos
teniendo confianza.– A los hombres nos gustan las mujeres. Y, a las mujeres,
los hombres. ¿O no es verdad?
Esta salida me coge por sorpresa.
Instintivamente miro a mi alrededor para comprobar si alguna de las
madrugadoras que nos rodea bajo la marquesina nos está oyendo. Me entra algo de
miedo, también instintivo. Me dan ganas de decirle que tenga cuidado con lo que
dice, no le vayan a acusar de incitación al odio o algo parecido. Pero solo me
sale, en un débil hilillo:
–Bueno, no siempre…
Luego me quedo callado. Prudentemente.
Al final llega su autobús,
rojo-anaranjado y con anuncios, pero no ese del que se habla.
–Mañana seguimos hablando –me grita. Y
se sube al vehículo trotando, feliz, despreocupado.
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