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Editores que no contestan


Inicio hoy un breve tríptico dedicado a los editores literarios, esas personas imprescindibles para que perviva el amor por el libro y la lectura. Le seguirán "Editores que no liquidan" y "Editores que no promueven"
    
EDITORES QUE NO CONTESTAN

Estimado/a amigo/a:

Le agradecemos el envío del manuscrito de su novela XXX, que en su momento remitimos al departamento de lectura para su consideración. Una vez recibidos los informes pertinentes, lamentamos comunicarle que su obra no tiene cabida en nuestra línea editorial, por lo que nos resulta imposible asumir su publicación en un futuro cercano.

A pesar de lo dicho, queremos manifestar que su texto presenta virtudes innegables, y esperamos que encuentre acogida en otra editorial de su agrado.

Sin otro particular, reciba un atento saludo,



¿Cuánto se puede tardar en copiar y pegar este texto estándar en la contestación al mensaje inicial del incauto autor recibido por la editorial? ¿Dos o tres segundos? Ni siquiera es estrictamente necesario copiar el nombre del interlocutor o el título de la novela en ciernes. Pongamos otro segundo para presionar la tecla de envío, y uno más para descansar del esfuerzo. Sumatorio de lo que costaría a un editor comportarse con cortesía hacia un aspirante a autor de su benemérita editorial: cinco segundos.
Pero, ¿es habitual que el benemérito editor, el mecenas de la literatura con mayúsculas, el descubridor de talentos ocultos, el idealista buscador de tesoros, el quijote de la edición española (u otros epítetos con que le defina su redactor cultural favorito) dedique esos cinco segundos a mostrar cortesía? En la actualidad, la respuesta es, casi siempre, NO.
A pesar de que los nuevos procedimientos de envío telemático han aligerado notablemente el engorro de llenar las oficinas editoriales con palimpsestos indeseados, lo cierto es que antes, en la época de las cartas y paquetes, los editores contestaban. Ahora, los que dedican esos cinco segundos a hacerlo se cuentan con los dedos de un muñón.
El ejemplo arriba transcrito puede implicar una cierta mentirijilla piadosa, y, por supuesto caben otras variantes más crudas que dejen claro que “ni nos interesa ni se nos pasa por la cabeza perder el tiempo en leer su estúpido manuscrito, pedazo de mamón”. Pero, sea en la modalidad diplomática o la descarnada, el autor al menos se merece una respuesta. Sobre todo si es neófito nos lo podemos imaginar volcando ilusión a raudales en su ópera prima, que le ha robado miles de horas de sueño, trabajo, diversión, etcétera, y a continuación poniendo su esperanza y su futuro en manos de un editor que le merece confianza, a quien, si actúa con honestidad, le está ofreciendo en exclusiva su obra durante unos meses.
Pero el editor no tiene tiempo, tiene otras ocupaciones más absorbentes o mejor remuneradas, y el aspirante para él es tan solo una molesta mancha en su carpeta de entrada. Sí que tendrá ese segundo para borrarle, pero no los otros tres o cuatro para cortar o pegar un mensaje de cortés negativa.

Y así, el aspirante seguirá aspirando indefinidamente, hasta que al cabo de medio año empiece a entender que la omisión es la respuesta. O quizá sea tan pardillo que conceda una prórroga contra toda esperanza, para apurar sus posibilidades de publicar en esa editorial que tanto admira antes de plantearse apuntar más abajo. Y ya, pasados nueve meses y consumado el aborto por omisión, nuestro aspirante se dirigirá a otra editorial de las que no cuelgan el “No se admiten originales no solicitados” (con estas ni se atreve a plantearlo), y volverá a teclear con acaso menos ilusión, casi un año más viejo, que la vez anterior: “Estimado Sr. o Sra: Quisiera ofrecerle mi manuscrito titulado…”
En fin, si después de leer estas líneas algún editor-que-no-contesta quiere aprovechar el texto de inicio para convertirse en editor-que-sí-contesta, se lo cedo gratuitamente. Lo puede copiar y pegar en tres segundos, y no hace falta ni que me cite.
              
              

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