Título:
Pretérito Imperfecto
Autora:
Julia Baigorri
Editorial:
Endymion
Lugar
y año: Madrid, 2013
Páginas:
76
SENCILLEZ PLUSCUAMPERFECTA
Una
cualidad de la poesía es su capacidad de transformar en arte lo que toca,
aunque lo que toque (o mejor, nos toque) sea sufrimiento, pena, desgarramiento.
Si bien nunca demasiado de moda, la elegía ha producido notables joyas en la
tradición poética española, tales como las coplas manriqueñas, el llanto
lorquiano por Sánchez Mejías o la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández.
Julia Baigorri sigue estos ilustres pasos en su intento desesperado por llenar
el hueco que deja la marcha del ser amado, pero ella lo acomete sin artificio
ni pretensiones, sin juegos retóricos deslumbrantes. La pérdida es abrumadora y
te deja con el alma en carne viva, viene a decir Baigorri, al tiempo que con
lenguaje sencillo nos incorpora a su mundo, a sus rutinas, y procede a
mostrarnos sus llagas como quien no tiene nada que ocultar.
Pero
la poesía, además de arte, puede ser terapia, una especie de bálsamo o
desahogo. El dolor desgarra, pero mientas se escribe sobre él se le da forma, y
eso alivia un tanto. Y, en medio de la niebla, también permite atisbar cierta
esperanza de que exista un más allá en que volvamos a encontrar al amado: “Todo
será diferente cuando yo llegue/ porque ya nunca más volveremos a estar solos”.
Las
dos primeras partes del poemario están dedicadas, respectivamente, a Patricio y
a la madre de la poeta. El tono es intimista, y Baigorri en seguida nos
introduce en la vida de su familia y en la cronología de ciertos eventos (“Es
la hora exacta./ Recuerdo el momento de tu aviso”). Su lenguaje sencillo nos
llega más al corazón y nos envuelve en la pérdida. Por supuesto, una elegía
también se aproxima a la reflexión sobre el paso del tiempo, tema clásico donde
los haya, pero que la pluma de Baigorri formula con su particular cercanía: “A
veces veo por la calle/ a los muchachos que eran jóvenes/ cuando yo también lo
era”. No se sabe si el pretérito sería perfecto mientras fue presente, pero
claramente desde nuestro presente de hoy el pretérito se antoja imperfecto.
La
tercera sección del poemario, sin embargo, da un giro en el tono de pesadumbre.
Titulada “Cáceres” y de nuevo altamente autobiográfica, esta sección final ofrece
un contrapunto en medio de la negrura. Los campos semánticos se enriquecen con
flores, plantas, primavera, sinónimos de felicidad, de vida. “Pero también,
como los árboles/ seguimos vivos y en pie”. La pérdida de los seres queridos
nos descompone, es innegable, pero hay que seguir viviendo, todavía queda mucha
belleza que admirar. Y si es verdad que la muerte “en cualquier recodo nos
aguarda”, también es cierto que queda “el amor que de ella nos protege”.
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