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Hermano indeseado

 EL HERMANO INDESEADO

–Entonces… ¿me vuelvo a poner condón, o qué?
–Esto… sí, sí. Después de lo que nos ha dicho Germanín…
Tras el acto, Julián solía fumar un ducados, mirando al techo. Los dos estaban tendidos boca arriba, sin duda recordando la frase del día: “No quiero tener un hermanito. Quiero vuestra herencia para mí solo”.
–Qué curioso, con seis años…
–Ni que lo digas.
–¿Y de dónde lo habrá sacao?
–A saber… Lo que no oirá en el colegio…, o en la tele… o en el bar. Si es que los niños de hoy…
Llevaban semanas dando vueltas a lo de ir a por la parejita. Pero esto había zanjado la cuestión.
–Lo que me maravilla –añadió Gertru en pleno arrebato de optimismo maternal– es que ya piense en el futuro…
–Eso es que viene listo.
–A ver. Este niño nos sale economista, ya verás.
–Dios te oiga. Mientras no tenga que ganarse los garbanzos como yo.
Pausa.
–Y te digo una cosa. Tampoco me parece mal que ya le preocupe ahorrar unos duros, no. Que la vida está muy achuchada.
–Ya te digo…

Son curiosos los recovecos de la memoria. La de doña Gertru funcionaba al diez por ciento. No recordaba muy bien cómo había acabado aquí, en esta sala grande llena de ancianos en sillas de ruedas, frente al pobre Julián, que ya ni hablaba. Y, sin embargo, hoy le vino al recuerdo esta escena de cuarenta y tantos años atrás. ¿Dónde estaría Germanín? ¿Por qué no la estaba cuidando su hijo, en vez de esta chica tan sosa? Germanín les había atendido siempre, incluso había dejado el trabajo de pintor después del ictus de Julián, para estar con ellos. Eso es lo que tenía que hacer, leñe, que para eso era su único hijo. El que, cuando ellos faltaran, heredaría el piso que habían pagado a lo largo de toda una vida.

Lo que no entendía doña Gertru es que Germán, agotado física y mentalmente tras años de recoger babas, dosificar pastillas y limpiar excrementos, había recurrido, ya al borde del ataque de nervios, a la residencia pública. La administración autonómica era ahora el único hermano que le podía relevar, el que conservaba las energías necesarias para garantizar a sus padres una digna salida de este mundo, a cambio, tan solo, de todo lo que habían ahorrado en él. El hermano necesario. El gran hermano.
 En Codal, 6 (2013)

Comentarios

  1. Una reflexión muy buena. Pobres padres, los de ahora, si piensan que sus hijos, da igual cuantos sean, les van a estar quitando las babas hasta el final. Más les vale a estos padres ahorrar para el gran hijo del futuro que para el pequeño y egoísta hijo del presente.

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