Hace casi dos años tuve la fortuna de que Carlos Pujol apadrinara mi novela Mientras ella sea clara en Barcelona, en la librería Alibri. Si no me equivoco, fue su última presentación, pues falleció unas semanas después. Revolviendo viejos papeles me he encontrado el texto de su intervención; "haz lo que quieras con él", me declaró con cierta solemnidad. Seguro que merecería mejor foro, pero este es el único que se me ocurre.
Es conmovedora su reflexión sobre las generaciones a las que legamos el siglo XXI, sobre todo desde la perspectiva del profesor e intelectual que se va de este mundo y considera lo que deja detrás. Siempre me queda el interrogante de si ya entonces preveía su muerte inminente.
Comentario a MIENTRAS ELLA SEA CLARA
por Carlos Pujol
Es conmovedora su reflexión sobre las generaciones a las que legamos el siglo XXI, sobre todo desde la perspectiva del profesor e intelectual que se va de este mundo y considera lo que deja detrás. Siempre me queda el interrogante de si ya entonces preveía su muerte inminente.
Comentario a MIENTRAS ELLA SEA CLARA
por Carlos Pujol
Alguien
ha dicho que es incomprensible que se consiga sobrevivir a la adolescencia y a
la juventud, dos edades calamitosas y de máximo riesgo en las que puede pasar
cualquier cosa, y de hecho casi siempre pasa. Esta novela de Carlos Villar es
un ejemplo literario inmejorable de lo que sucede en estos años en los que el
atolondramiento y las contradicciones íntimas forman una mezcla explosiva que
es mejor tomarse un poco a guasa – como hace, al menos aparentemente, el autor
de nuestra historia – para no echarse a llorar o ponerse apocalíptico.
La
acción, en el Santander de unos años atrás, con dos personajes cuyas voces se
van alternando en el relato: una jovencita llamada Clara (cuyo nombre permite
que el travieso título sea un chiste en forma de calambur) inquieta, difícil,
desorientada y llena de dudas existenciales, y su amigo, ¿o habría que decir
noviete?, a quien todos conocen por Míchum, porque su expresión recuerda a la
de un famoso actor de cine de aire soñoliento o sonámbulo.
Si
ella no se aclara con su vida, sino que se hunde cada vez más en la confusión y
en el desbarajuste, el tal Míchum, que tuvo su época de superhéroe imaginario,
nada menos que el Capitán Cólera, se revela enseguida como un infeliz patoso
aunque lleno de buena voluntad, que también va buscando a tientas su camino,
desde luego sin encontrarlo.
Un
pareja, por llamarla de algún modo, porque tiene sus singularidades,
incurablemente insegura y desatinada, que va dando tumbos de un extremo a
otros, sin saber muy bien qué decisiones tomar, es decir, como casi todos,
aunque los adultos disimulamos con más pericia. ¿Se acabarán casando, porque él
insiste, y en el fondo es un pedazo de pan (ella matiza, “más bien un mendrugo
de pan”)? Entre los dos reúnen muy poco dinero, Clara tiene una situación
familiar muy nebulosa y poco risueña, y Míchum no pasa de ser vigilante de
seguridad privado, lo que en la calle suele llamarse “segurata”.
La
novela se desarrolla en dos soliloquios paralelos que requieren unos cuantos
comparsas añadidos: una amiga de ella que atiende por Alba, tal vez, leemos, el
prototipo de mujer fatal, de pocas palabras y largas miradas, la mayoría como
de fastidio, un hombre de mundo adinerado y deslumbrante (así se nos describe),
un madrileño turbio y apasionado que representa la emoción de la aventura, y
algún otro que queda al margen y que apenas interviene en el argumento. Tipos
que en general no son ni muy buenos ni muy malos, eso sí, sin norte, y que
deambulan por un Santander bullicioso, cruel, y al mismo tiempo simpático.
Una
historia de vidas desencuadernadas con algo de crónica social que atenúan el
humor y el descaro con que se pintan. Pero estas situaciones, incluyendo el
núcleo de las incertidumbres de las protagonista, a la que vemos nadando entre
tres aguas, según feliz expresión del autor, son sólo una materia prima
novelesca que podría pecar por el costumbrismo o incluso en algunos momentos
por cierta moralización implícita. No es así, porque todo se sostiene muy bien
gracias al estupendo lenguaje que usan todos los personajes.
Éste
es un componente decisivo de la novela, un lenguaje desenfadado y callejero que
refleja la ingenua y castastrófica zarabanda vital que se nos describe. Cómo son, qué hacen, cómo piensan
y cómo hablan los jóvenes de hoy en día, bueno, esta es una vertiente
sociológica que no tiene mucho que ver con la literatura. Los monólogos y
diálogos de “Mientras ella se aclara” valen por sí mismos, están ahí como una
extraña música que reconocemos por haberla oído a menudo en la calle o en el
autobús, y que sugiere en su espontaneidad y en la gracia de sus expresiones,
que lo que se nos cuenta es de veras, no solo pintoresquismo.
No
era fácil encontrar un final adecuado para este embrollo, el lector hubiera
podido seguir oyendo divertidamente cómo hablan, sin mucha prisa por saber cómo
disipa sus dudas la joven de la historia. El asunto se complica un poco en la
última parte, curiosa y significativamente cuando cambia de escenario y nos
trasladamos a Madrid, un Madrid marcado por hechos trágicos que desvían la
atención del núcleo de la novela. Fuera de Santander, Clara y Míchum están
fuera de su territorio, desplazados. Pero muy pronto un buen desenlace – porque
es imprevisible y agridulce, sin concesiones, ni blando ni truculento – nos
devuelve al único lugar en le que podía rematarse adecuadamente la intriga.
Novela
la de Carlos Villar magníficamente escrita, con un pulso admirable en el manejo
del estilo que se hermana con la delicadeza del análisis sicológico de los dos
personajes principales. No se sabe cuál de los dos retratos merece ser
destacado; en sus constantes y dubitativas ambigüedades ambos son
acertadísimos, inspiran una dramática simpatía y desde luego no nos cansamos de
oírles hablar. ¿Son la juventud que hemos contribuido a hacer los que ahora
somos adultos, y les miramos compasivamente por encima del hombro, las
generaciones a las que legamos el siglo XXI?
Una
novela no es un tratado moral, no pretende ser ejemplar, no es una denuncia ni
una justificación, es solo un pedazo de vida imaginada con arte y cariño, que
nos enfrenta a unas situaciones, un mundo en que cada cual a su manera se
reconoce, Eso significa que lo que se nos cuenta es muy serio, forma parte de
nosotros mismo, aunque el tono empleado es jocoso, como de broma, un contraste
muy feliz. Carlos Villar ha incorporado brillantemente a nuestros sueños unas
siluetas humanas inolvidable, no se puede pedir más a la literatura.
Una presentación impecable la de este profesor. No has podido tener mejor padrino.
ResponderEliminarYa he leído la novela. Me han gustado mucho los personajes, y el lenguaje que has utilizado para darle a cada uno su propia voz. Como buen filólogo tienes un especial cariño a las palabras. Has conseguido eso que nos enseñan en los talleres. Lograr que una palabra convenientemente repetida en un texto nos lleve a pensar en el escritor. En tu texto no hay solo una palabra, hay unas cuantas, pero te aseguro que cada vez que oiga la palabra "fritangosa o fritanga" me voy a acordar de ti. Me produce mucha satisfacción saber que fuiste profesor de mi hija.
Gracias, María del Mar. Efectivamente, pienso que hay dos motivaciones principales para dedicarse a la narrativa: la necesidad de contar historias, y la fascinación por las posibilidades del lenguaje.
ResponderEliminarA pesar de lo que dices, espero que la "fritanga" no te visite demasiado.
Un saludo muy cordial.