Nos embaucan, nos
engañan, nos prometen lo que no piensan cumplir; nos crispan y nos manipulan,
nos sacan a la calle o nos encierran en casa; malgastan nuestro dinero, se lo
dan a amiguetes, cuñados y banqueros y nos llevan a la quiebra, no sin antes
asignarse sueldos astronómicos y, en su caso, vitalicios. Han convertido
nuestra supuesta libertad, tan cara, en un dilema bizantino entre tonalidades
del mismo color. Y, a pesar de todo, nosotros seguimos pendientes del menor de
sus gestos, del más ligero matiz de sus interminables discursos. Y los medios
de información, los que nos dictan de qué hay que hablar, nos los mantienen
hasta en la sopa, dedicándoles un espacio preferente.
En
efecto, desde la primera página del periódico (sea de pago, gratuito o
virtual), nos acechan los profesionales de la política, ora locales, gremiales,
universitarios, sindicalistas, regionales, autonómicos, nacionales, europeos o
mundiales. Ahí están, chupando cámara, omnipresentes, sonriendo en el centro de
la foto –aunque haya que desplazar al deportista o al artista que protagoniza
el evento–, recreándose en su ubicuidad. Con asociaciones de vecinos, con
oenegés, con colegios profesionales, inaugurando metros de autovía,
polideportivos rurales o aeropuertos fantasma, o participando en una de las
numerosísimas cumbres internacionales donde nada (bueno) se decide. En prensa,
radio, televisión e internet, lanzando al viento declaraciones anodinas,
mentirosas o efímeras, cuando no completas boutades.
Por contraste, fijémonos en el sufrido artista, y más en
concreto, en el pequeño y mediano escritor. Dejándose la piel en el camino (o
la sangre en el papel, como Víctor Manuel), nuestro pyme consigue escribir su libro. Si no contamos
las décadas de digestión de cientos o miles de lecturas, al menos hay que
considerar los años que le ha llevado escribirlo. A esos súmense los que ha
tardado en conseguir editor, algo que al clásico pyme le suele costar lo suyo. Pues bien, a pesar
de toda la confabulación de elementos, el escritor ha dado a luz a su criatura:
es un acontecimiento memorable, un triunfo del espíritu, un evento digno de
celebración. Pero claro, el camino no ha hecho más que empezar: ahora viene
otra fase, la de darlo a conocer, sin la cual este prodigio del alma humana se
pudrirá en el olvido al poco de nacer, sepultado entre los miles de títulos comerciales
que se publican en un país como España. Los medios deberían, pues, hacerse eco.
Pero no hay espacio. Los políticos (y después el fútbol) no dejan apenas hueco
para noticias de cultura, a menos que sean ellos quienes presenten o
patrocinen; así, el escaso pastel de las páginas culturales ha de ser repartido
entre las novedades de las grandes editoriales, que para eso se anuncian, o las
de los allegados. Y así, el pobre escritor que acaba de parir con sangre, sudor
y lágrimas se tiene que contentar, si hay suerte, con una columnita en su
diario local, y con el completo silencio en el nacional.
Ante
este problema, propongo un comienzo de solución: que los medios de comunicación
se comprometan a dedicar un día al año (para empezar) a una completa ignorancia
de todo lo que huela a política. Algo así como el Día Internacional Sin
Políticos. En el inmenso hueco informativo que quedaría esa jornada, se podría
aprovechar para dar voz a un puñado de esos pequeños y medianos escritores que
no tienen cabida en la prensa habitual, para que puedan hablar de su arte, de
sus libros, que es lo mismo que hablar de sus sueños y de su visión. Un solo
día sería poco, sin duda, pero podría constituir un buen comienzo. Quizá el
público empezara a cogerle gusto a eso de desayunarse con las reflexiones a
largo plazo de un escritor, antes que con las improvisaciones oportunistas de
turno.
Así
que, ya sabes, amigo lector. Sin conoces a algún profesional de la
comunicación, pásalo: Día Internacional Sin Políticos. Ya.
(Editorial de Fábula 32)