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NOCHE ZAMORANA

Para entrar en ambiente, bajo aquí un relato de Jueves Santo, incluido en Solo yo me salvo.

NOCHE ZAMORANA

Procesión de "Los borrachos", Zamora


                        Zamora, jueves de abril, once de la noche. Hoy por fin Marquitos va a poder lucir su flamante túnica procesional y su puntiagudo capuchón, y podrá erigirse en cofrade de pleno derecho y deber en la Dolorosa. Sólo que va a llegar un poco tarde, jobar. Si mamá no se hubiera puesto tan pesada con eso de que se limpiara bien los zapatos, con Kamfor bien untados con el cepillo pequeño primero y luego dejándolos reposar una hora, y después frotarlos con el cepillo grande de brillo. Sin embargo, había valido la pena, pensaba Marquitos mientras adelantaba a zancadas por la calle de Santa Clara, mirándose la rutilante punta del zapato por entre los orificios de su capirote. Anda que no iba a fardar hoy, ni nada. No todos los niños de nueve años tienen oportunidad de desfilar junto al cofrade mayor llevando el cirio procesional.
                        Él era, sin lugar a dudas, un privilegiado.
                        Al atajar por el callejón vislumbró uno de los baruchos abiertos en aquella noche especial, y a sus dos únicos parroquianos bebiendo vino con tacos de queso y jamón. Hombres malos, sin lugar a dudas, pensó, que no quieren desfilar en la procesión, que seguro que no aguantarían ni una hora en pie con la vela en las manos. Eso fijo. No les dedicó mucho pensamiento, pues enseguida se absorbió en inquietantes problemas tales como el modo de resolver discretamente un eventual picor de nariz, y similares.
                      Dentro de la mugrienta tasca, aislados del procesional ruido e incluso de la atención del dueño, extasiado ante un partido de baloncesto televisado entre el Real Madrid y el Olimpyakos, los dos hombres consumían la noche y los tacos de jamón y queso. Uno de ellos sacó al tasquero de su arrobamiento baloncestístico.
                        —Marcelo, tráenos más vino y más pa picar, quieres.
                        —Ahora va.
                        Marcelo remoloneó un poco mientras presenciaba el último tiro libre, y seguidamente trajo otra botella de rioja Tondeluna y un queso entero con su tabla y cuchillo.
—Lo partís vosotros, vale, que esto está muy interesante.
                        Los dos parroquianos bebieron en silencio. El más alto rebanó unas lonchas gruesas y ambos comenzaron a engullir, la cabeza baja, las narices coloradas. Tras unos minutos, rompió el silencio masticable.
                        —Dimas, tú de esto debes saber. ¿De verdad matamos a Dios en una cruz?
                        —¿Y cómo te da por eso ahora? —intentó articular Dimas.
                        —¿Pues cómo no me va a dar? En esta ciudad y en estas fechas... ¿No oyes otra vez los tambores? Casi doscientos mil turistas se vienen todos los años, a vernos desfilar a los zamoranos. A ver nuestras cruces y nuestros cristos. Acuérdate de cuando éramos críos. Y yo digo, todo eso, ¿pa qué? ¿Es nuestro jodío reclamo turístico? ¿Es como el carnaval pero con hábito negro en vez de enseñar el ombligo? ¿No te parece que todo esto es un montaje?

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