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HAY COSAS PEORES QUE LA LLUVIA (II): "ERUDITOS"




En este segundo relato del libro, una prestigiosa catedrática de teoría literaria acaba de dar una conferencia, y, en la ronda de preguntas, un hombrecillo del público le hace una cuya respuesta ella desconoce. ¿Admitirlo o recurrir a las trampas del oficio? He ahí el dilema.

 "Eruditos" es uno de los relatos que más he amortizado. Además de estar incluido entre los cinco con los que gané el certamen de Narrativa Joven de La Rioja en 1996 (¡qué tiempos!), y de venir, claro, en HCPQLLl, lo inserté en la primera sección de mi novela Calle Menor, como si fuera obra de uno de los personajes, Domingo G. Calzada, aunque luego parece sospecharse que él a su vez lo ha plagiado de su compañero Millán Ayuso Capuz, que ha su vez quizá lo haya sacado de... ¿un tal Villar?



ERUDITOS

            –Y,  según lo expuesto, la proximitud dialogística no puede ya considerarse rasgo funcional del discurso taxológico, tal como aclara la distinción de Rochester noventa y nueve. Gracias.
            La sala se zambulló en admiración. Las palmas enrojecidas se batían unas contra otras furiosamente, exudando reconocimiento a la prestigiosa conferenciante, oriunda de la prestigiosa universidad española. Ella miraba y agradecía, distribuyendo a raudales su experimentada sonrisa de sorpresa e indignidad. Una vez más, se constataban triunfo y reconocimiento, como frutos maduros del rigor intelectual y de la esmerada investigación académica de calidad. Así se engrandecían los emperadores romanos ante una patulea enfervorizada antes de amagar una inclinación en su paso bajo el arco de triunfo. Con ese semblante de quien empieza a plantearse seriamente su merecido puesto en el Olimpo ante la evidente inferioridad de los mortales circundantes.
            –Y ahora, si alguien lo deseara, podemos proceder a la ronda de cuestiones.
            La sala se anegó en silencio. Obviamente, la claridad de la exposición no demandaba explicación alguna, al tiempo que su irrefutabilidad prohibía cualquier desacuerdo.
            Por eso, la mirada triunfante de la prestigiosa conferenciante recorría las menudas cabecitas que poblaban el salón de congresos. No atisbaba serias amenazas entre el populacho, a cuyos miembros, aunque numerosos, conocía individualmente. Casi, pues había dos o tres cuyos rostros se le escapaban.
            –Pues si no hay cuestiones –comentó el radiante presentador– no queda más que agradecer a la profesora...
            –Sí, yo, por favor... –se impuso una vocecita.
            –Sí, adelante.
            El nuevo objeto de todas las miradas era un hombrecillo de edad madura, con entradas y bigote fascistoide pero ojuelos inofensivos, apostados tras densos cristales culibotéllicos. La tosca chaqueta de un traje azul marino cubría un jersey granate.
            –Sí, verá. Esto... tras felicitarle a usted por su brillante exposición, querría apuntar que no me ha parecido adecuada su omisión de un importante teórico. Dado que usted es probablemente la principal entendida en lo que al discurso taxológico se refiere en nuestro país, me parece imprescindible mencionar la reciente obra crítica de William S. Komek. Tanto si discrepa de él como si acepta sus posturas, y dado que su libro de usted apunta a la exhaustividad en el tratamiento del discurso taxológico, y debido al enfoque nemotético que supone ... Es decir, pienso que es obligado citarle tanto si discrepa o no, pues sus opiniones son muy acreditadas mundialmente.
            Se hizo de nuevo el silencio. Las mejillas de la oradora se colorearon ligeramente, mientras su mente se afanaba febril. Algunos recuerdos de un cuento infantil (por cierto, no analizado por Propp o Greimás) emitían ecos remotos. Pronto, la frialdad de la profesional y la experiencia multisecular se impusieron.

SIGUE...

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